Creo
que nunca olvidaré esa vez que un chico me dijo que me gustaba construir casas
y empezar por el techo. Obviamente, no soy arquitecto y mis estudios de
ingeniería civil los dejé a la mitad… precisamente porque no me gusta hacer las
cosas en un orden establecido.
Luego de un tiempo de haber recibido
esa peculiar definición en mi manera de empezar las relaciones, he analizado un
poco y he notado que es cierto: me gusta comenzar por el final. Sin embargo,
eso no me parece algo negativo en mi personalidad: al contrario, me permite ir
disfrutando más del camino, sin pensar mucho en seguir reglas.
Así mismo como me han dicho que soy
mala construyendo, también me han llamado anarquista, de manera que no desecho
ambas cualidades en mí, me parecen absolutamente acertadas.
Es que, si al caso vamos, ¿por qué
debemos siempre crear un plan definido para cada cosa que vivimos? ¿Eso no les
parece aburrido? Si bien sabemos que lo principal para iniciar una relación son
tres pasos básicos: respeto, confianza y comunicación, ¿no son esas las bases? Ya
teniendo una base, ¿no se puede construir el techo?
Justo ahora ando con bases armadas y el
techo listo. Estoy construyendo poco a poco unas paredes sólidas, soportando
unas bases que desde hace años vinieron creciendo y que, finalmente, hemos
decidido resguardar bajo sombra.
Es aburrido vivir la vida bajo
condiciones y forzando las cosas. Si sientes química y quieres arriesgarte,
¿por qué no lanzarte a construir una relación, bajo los parámetros que sean
posibles? Es por eso que nunca he sido amiga de los “que hubiese pasado si…”.