Para estos días es típico hacer un balance acerca del año que termina y de alguna manera ver qué tanto te ha dejado y qué tanto perdiste.
Debo decir, con absoluta seguridad, que este año fue de evolución en varios aspectos de mi vida.
No comenzó nada bien.
Mudanzas, problemas familiares y financieros me hicieron ver y valorar al mundo de otra manera.
Desde los primeros meses empecé a experimentar una suerte de cambio total en mi manera de pensar y mi forma de enfrentar las cosas.
Dejé atrás cinco años de tortura. Borré un amor enfermo que estaba sintiendo en mi corazón. A los golpes, pero lo logré y ha significado una nueva y maravillosa etapa para mí.
Ayudé a cerrar círculos, mejoré en la universidad y cumplí el primer año en mi trabajo.
Este no fue el año de leer, como anteriores, fue el año de las películas. Puedo asegurar que vi más películas que en toda mi vida y eso me deja cosas muy buenas. Siempre traen consigo reflexiones.
Aprendí, en estos 365 días, que nunca se debe decir “de esta agua no beberé”.
Conocí personas maravillosas y de la misma manera me alejé de muchas otras.
Siempre he sido del tipo de persona que si no aportas nada bueno en mi vida, mejor no te dejo entrar a ella.
Hay quienes quieren entrar a la fuerza pero hay candado y la llave está en el mar.
Por supuesto, conocí el lado malo en todo esto. Envidia, personas con ganas de hacer mal, gente que no tiene vida propia. Todas esas personas hoy en día tienen algo que le pedí a mí Dios que les regalara: felicidad.
Pero no sólo evolucioné y aprendí, también conocí al amor.
Ese que siempre esperé y que no tenía la remota idea de que encontraría.
Ese que hace que mi estómago se llene de las famosas mariposas.
Ese amor que me hace cada vez mejor persona.
Ese tipo de amores que te hacen cursi y entregada. La suerte de pasión que siempre deseé.
Pero no sólo es amor a un hombre, también amor a la religión. Hace años atrás había dejado a un lado mi verdadero camino, pero ahora lo recuperé. Encontré quién soy, en quién realmente creo y lo que en verdad le da paz a mi espíritu.
Y no, no soy de hacer planes para años próximos. Prefiero que el destino sea el que decida.
Por los momentos, sólo me queda agradecerle al 2010 el haberme dado la oportunidad de dejar atrás el pasado, compartir con amigos maravillosos, conocer tanta gente y poder amar.
Querido 2010, te vas y te pido que te lleves todo lo malo que pueda haber en las vidas de las personas que me rodean.
Fuiste un año maravilloso, lleno de sonrisas y llantos. De locuras y de sensatez. De enfermedades y salud. Gracias por tus 365 días. ¡Fuiste uno de los mejores!
Hasta nunca.
Estuve aquí...
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