El día comienza maravilloso con su mensaje diciendo que me desea lo mejor y que me ama.
Por supuesto, continúa de igual manera sólo por una razón: hablo con él.
Nos contamos cómo va el día, lo curioso que nos pareció ver algo en la calle, lo cálido o frío que está el clima, lo chistoso que fue imaginarlo caminar a mi lado o algo que siempre nos decimos: lo mucho que deseamos estar juntos.
Buen provecho para el almuerzo y continúa el día. Él cumple con sus obligaciones, y yo con las mías. Mientras no hablamos, pienso en él.
Y en cada situación puedo verlo. Si miro unos ojos imagino cómo serán los suyos. Si alguien me habla escucho su voz, y así se van escapando mis sonrisas.
Buen provecho para la cena y sigue la charla que no quisiera acabar. Cientos de “te amo” repetidos como queriendo grabarlos en su piel.
“Eres el amor de mi vida”, me dice y el corazón se me acelera.
Los planes surgen de manera natural y podemos proyectarnos en un futuro juntos, un futuro feliz, eterno, esperado y maravilloso.
Reímos, reímos, reímos.
Mensajes vienen y van.
Frases de canciones, cartas, libros, películas o cualquier cosa que compartamos ese día, es especial.
Buenas noches y nos vamos a dormir, sólo para soñar que estamos juntos, comiéndonos a besos.
Hasta que un ruido vuelve a despertarme.
Un “buenos días, mi vida” que me da energías para sonreír y seguir soñando, esta vez con los ojos abiertos.