Solía escribir cada noche en un diario. Sí, por eso de que tengo mala memoria y necesitaba recordar qué cosas había hecho o dicho para no volver a cometer el error.
Lo curioso del asunto, es que siempre volvía a releerlos y me daba cuenta del montón de errores que iba dejando en el camino.
De eso hacen unos tres años, cuando decidí dejar atrás esa manía de contar mis cosas en unas hojas que al final pueden ser leídas por la persona menos indicada.
Sin embargo, siempre hace falta volver a contarle a alguien, en silencio, lo que te sucede en el día. Escribir, por ejemplo: “¡soy inmensamente feliz!” y que no haya nadie que te haga preguntas ni te diga que la felicidad dura poco.
Es una manera de decirle al Universo: puedo ser o sentirme así sólo porque respiro y no necesito que me juzgues.
Extrañamente, ya no quisiera volver a leer esas líneas.
Días tristes, noches felices, momentos que jamás debí olvidar pero que están enterrados en un pasado que sin bien me hizo lo que hoy soy, ya no significa nada para mí.
Tal vez algún día sirvan tantas hojas para encender una chimenea, donde disfrute junto a mi presente de una buena copa de vino. Pero lo que ahí escribí, son sólo palabras que el tiempo se ha llevado y que es la típica historia de una adolescente en problemas, confundida y con ganas de ser amada.
Solía escribir cada noche para un lector invisible, taciturno, inexistente. Hoy escribo para ti, y espero que lo disfrutes.
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