Un maestro es un escultor de futuros
Dedicación, compromiso y
responsabilidad son tres palabras claves en la educación. Esta tarea
humanística permite entrar en la mente y el alma de los niños
“Maestra, ¿me ayudas con este problema?”,
me dice Daniela, quien arregla sus pequeños lentes, luego de entregarme la hoja
de un examen. Ella es uno de los 15 alumnos con los cuales compartí esa mañana
en la escuela San Ignacio de Loyola, ubicado en Guanta, estado Anzoátegui.
La mayor parte de las mujeres de mi
familia son licenciadas en educación, así que esta tarea no me resultaría muy
difícil de realizar. Aunque a veces siento que no les tengo paciencia a los
niños, verlos y compartir con ellos me llena de una ternura inexplicable y sin
duda alguna eso se vio reflejado ese día.
Desde
la puerta del colegio hacia afuera parece ser una labor nada difícil: cuidar de
unos cuantos niños, enseñarles lecciones y tener paciencia. Cuando te
encuentras dentro del aula, notas la realidad: ser educador no es algo fácil.
Educar
es moldear, tal cual un escultor, pero en vez de crear figuras en barro, estás
formando el cerebro de un niño. Un pequeño ser que será el futuro del país. Al
pensar eso, un enorme peso cae en tus hombros.
Luego
del recibimiento, hacer las oraciones del día y comenzar con la primera clase,
todo fue sonrisas. Los niños tienen un aura encantadora, y toda esa paciencia
que creía necesitar se convirtió en ganas de orientarlos y compartir.
Erikha
Flores, maestra de tercer grado en esta institución, fue mi guía esa mañana.
Mientras los chicos resolvían su examen de matemáticas, conversábamos acerca
del día a día. “Enseñarlos es algo que amo, y mi mayor satisfacción es que
ellos logren aprender las cosas”, me dijo mientras los miraba, concentrados en
sus hojas.
Verónica,
una de sus pequeñas alumnas, me pidió ayuda varias veces para terminar uno de
los ejercicios. “Tienes lentes, como yo”, me decía sonriendo. Yo era un mar de
sonrisas.
Erikha
les pidió que me hablaran de una de las carteleras que tienen en el aula, la cual
trataba del espacio.
-Yo me sé los nombres de todos los
planetas- gritó Alejandro, emocionado.
-Eso lo aprendiste en la televisión-
contestó otro de los niños.
-Mi abuela dice que ver televisión es
malo- dijo Alejandro y todos empezaron a reír.
Era
sorprendente la manera tan rápida en la que respondían las preguntas de su
examen, mientras hacían bromas diciendo que no se copiarían porque una cámara
los estaba grabando y entonces la maestra los reprobaría.
La
educación de estos niños no sólo depende del maestro. Gran parte de lo que
aprenden está a cargo de sus padres y el aula de clases no es el único lugar
donde ellos deben realizar sus actividades e instruirse.
Muchas
veces, un maestro pasa a ser un amigo y los niños le toman cariño como si fuese
un segundo padre o madre. “Algunas personas me preguntan de dónde saco
paciencia, pero no la necesito, ellos son adorables”, me contaba Erikha,
mientras los niños estaban en el receso.
Algunos
son más lentos que otros a la hora de aprender. Ahí es cuando se debe tener
aguante y encontrar la manera de explicarle hasta que logre entenderte. Pero
eso no es lo difícil de este trabajo.
Cuando
te das cuenta de que eres el encargado de llevar por el buen camino a las
personas que en un futuro sacarán un país adelante, es el momento en el cual
ves la importancia de ser un profesional de la educación.
Pero
sin dudas es algo que se realiza con amor. Lo único que se respira en esos
lugares es alegría. Cuando Verónica entendía lo que yo le explicaba, sentía que
estaba en el lugar correcto, entregando un pedacito de mí para aumentar sus
conocimientos.
De
eso se trata la vida: aprender para luego entregar los conocimientos. Después
de todo, no tendría sentido conocer algo si no tienes a quien transmitírselo.
Cuando sonó el timbre de salida fue muy triste, pero todos se despidieron de mí
con cariños.
Hasta que uno de ellos me hizo querer regresar
cada mañana luego de decirme: “Maestra, ¿puedes venir a ayudarnos mañana en el
examen de inglés?”.