“Son
tus 26 y no debes dejarlos pasar por alto”, me dije a mí misma esta tarde. Algo
debía escribir, pero pisar esta edad no iba a ser un suceso más, sin
importancia.
¿Por qué lo tomo de esta manera? Porque
estoy en la segunda etapa de los maravillosos 20. Es como entrar en la mitad de
esa época en la que debes quitarte el disfraz de joven para vestirte de adulto,
maduro, serio, aunque por dentro sigas teniendo ganas de hacer locuras de
adolescente.
A los 26 la mayoría de las mujeres
tienen un compromiso, se han casado o ya tienen hijos. Yo, en cambio, tengo una
vida por delante para planear ese tipo de cosas. Mientras, sigo buscando a esa
persona que aún pienso que no existe y continúo con mi idea de que no quiero
traer niños a un mundo tan revuelto como este.
Soy una persona impar hoy en día,
aunque haya caído en una edad par. No sé si alguna vez volveré a ser dos, pero
lo cierto es que mientras, paso de reuniones familiares donde me acosen para
que me case o me presionen porque la edad se me está subiendo.
Estamos en una nueva época, en la cual
las mujeres tenemos mucha más libertad y nuestras prioridades están más basadas
en superación personal y profesional que en encerrarse en casa a cuidar de una
familia.
He perdido un poco el camino, es
cierto. Pero aquí sigo. Con un año más, esperando disfrutar de la vida, para
continuar en el camino, esperando que algún día llegue ese alguien, y
despojándome poco a poco de la ropa de joven inmadura.
Tal como un tren que corre sin detenerse,
mi vida va pasando de estación en estación y yo con estos 26 apenas me siento
en primavera.
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