Hay
días en los que tenemos el corazón hecho pedacitos pero no nos queda más que
enfrentar la vida e intentar ponerle todo el pegamento posible a nuestros
sentimientos para que no nos hagan perder más cosas en el camino.
Pero, ¿cómo podemos lograrlo? Yo tengo
una fórmula cliché: sonreír. Pero no sonreír de mostrar los dientes y listo,
sino sentir que sale de ti. Hay una serie de cosas que podemos aplicar durante
el día para intentar mejorar nuestros ánimos. Yo le llamo “receta para ser
feliz” y aquí te la voy a contar.
Comienza desde que abres los ojos. Lo
que ves a tu alrededor tal vez no es lo que deseas: una cama vacía, una persona
fría a tu lado, un lugar en el cual no estás cómodo, etc. Ignora eso. Respira
profundo, agradece por estar viv@ y piensa positivo: hoy será un gran día. (Sí,
debes creértelo).
Arréglate. Ponte guap@ (o al menos
inténtalo) y piensa que tu mejor prenda de vestir, tu mejor accesorio, tu mejor
máscara, es tu sonrisa, forzada, falsa, o como te salga, pero sonríe.
Da los buenos días en cualquier lugar
al que entres. Las personas no siempre van a responderte, pero te sentirás bien
por ser educad@ y no parecer un zombie más de la sociedad.
Mientras vas al trabajo, universidad o
a donde quiera que te dirijas, mira lo que hay a tu alrededor e intenta darle
un valor a cada cosa. No, no a los edificios ni a los autos, sino a la
naturaleza. Las nubes, el clima de este día, las montañas, los árboles, la
brisa que corre y juega con tus cabellos.
Realiza tus actividades de manera
relajada. No hagas las cosas por hacerlas, sino para que queden bien hechas, si
no, no tendrían sentido. Ponle amor a lo que creas, y si no te gusta, te
fastidia, quisieras estar haciendo algo distinto, piensa en todas las personas
que no tienen la oportunidad de realizar nada en esos momentos.
Si te toca trabajar con el público,
ármate de paciencia y no lleves esa película que creas en tu mente, asesinando
personas, a la vida real. Imagina que estrangulas a quien quieras, pero sonríeles
y dales un trato amable, que la ira no salga de tu mente y recibirás el mismo
pago de vuelta.
Cuando comas, disfruta de la comida,
saborea cada cosa, valora cada bocado que llevas a tu boca y agradece por
tenerlo. De regreso a casa, vuelve a disfrutar de lo que te rodea. Dicen que
las personas sensibles ven lo que está a lo lejos y disfrutan más de los
detalles, tal vez tú seas una de esas personas y puedas percibir lo que está
más allá de tus narices.
Una técnica que mi mejor amigo y yo
siempre aplicamos es intentar adivinar la historia de las personas con las
cuales nos topamos en la calle. Imagina cómo son sus vidas, cómo reaccionarían
ante alguna situación o cuáles serán sus mejores recuerdos. Eso hará que te
pongas en otros zapatos y aprendas a valorar el lugar en el cual estás ahora.
Cuando de nuevo estés en casa, da amor
a quienes te rodeen. A tus seres queridos siempre demuéstrales cuánto valen
para ti, no sabes si los vas a tener mañana. Si debes solucionar algo, no lo
dejes para otro día. Si has de decir algo, dilo. Si sientes que tienes que
abandonar, abandona. Pero no postergues nada, el momento es ahora.
Si aún tienes tiempo, realiza
actividades que te gusten, te relajen o te hagan sentir mejor. Harán que
sientas que tu día fue más productivo y también alejarán de ti las tensiones.
¿Suena como un día agotador? Es sólo
porque estamos acostumbrados a ir por la vida sin detenernos a ver lo que hay
alrededor, sin valorar las sonrisas y tratando a todos como mejor nos parezca,
pero eso sí, queriendo que nos traten de la mejor manera posible cuando no nos
lo ganamos.
No es fácil, pero podemos intentarlo.
Tal vez más adelante nos demos cuenta de que vale la pena, de que merecemos
sentirnos mejor, de que el mundo entero nos necesita siendo mejores personas.
Tal vez esta no sea la mejor de las
recetas, pero se acerca mucho a lo que yo aplico cada día. Así que espero que
sirva de algo y que de tanto hacernos creer que somos felices, al final lo
logremos.
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