Siempre
he amado hablar acerca de los años 90. Podría decir que fue maravilloso poder
vivir mi infancia en ellos. Tengo muchos recuerdos hermosos y muchas cosas que
extrañar, pero me ha tocado, como a todos los de mi generación, adaptarme a
este salto enorme que ha dado la humanidad.
No conocía la tecnología. Empecé
escribiendo en cuadernos y dibujando todo aquello que me pasara por la mente.
Mis mejores armas eran un bloc de notas y una caja de colores. Eso cuando
apenas tenía unos 6 años de edad.
Luego aparecieron los Atari. Dejé atrás
eso de jugar a las escondidas y ver series animadas en las tardes por pegarme
al televisor a manejar personajes apenas bien definidos en este nuevo aparato.
Mi mascota virtual no moría si tenía a
mano un lápiz para salvarla y la música corría y corría sin devolverla porque
me daba flojera rebobinar un cassette.
Siguieron pasando los años y las tardes
sentada en el jardín de la casa, buscando caracoles entre las macetas con mis
hermanas, pasaron a ser una adicción al Nintendo pues el maldito dragón no me
seguiría impidiendo salvar a la princesa de Mario.
Mis piernas cada vez tenían menos
cicatrices pues cambié la pelota de goma y los retos a ganar muchos tazos por
largas sesiones de series adolescentes que aumentaban mi pasión por el género
de terror.
Pokémon pasó a ser mi nueva obsesión y
luego las revistas españolas con información de boy bands gringas que me
quitaban el sueño. Cambié el lápiz y el papel por una máquina de escribir que
me entumecía los dedos.
Y las cartas dejaron de ser escritas a
mano y cada vez fui recibiendo menos. Ya nadie me mandaba a decir que quería
ser mi novio, ahora me pedían vernos en un lugar alejado de nuestras familias
para poder besarnos y jugar a que nos comíamos el mundo con eso.
Las visitas en la tarde a mis amigas
con la excusa de vernos se convirtieron en llamadas nocturnas cuando comencé a
tener teléfono. Ahora no tenía pretexto para no avisar por qué no llegaba a mis
citas.
Mi cabello comenzó a cambiar de colores
y boté a la basura las sandalias para comenzar a usar zapatos de niño. Luego me
tocó aprender a enviar mensajes de texto y hacer dibujos con los íconos era lo
máximo para mí. Al igual que lograr mayor puntuación en el juego de la
culebrita.
Comencé a entender qué era tener novio
de verdad y en un cibercafé aprendí lo que era un chat. Un par de gringos me
enseñaron a subir fotografías a la web y probé eso de las citas a ciegas.
Ya nadie me enviaba cartas de amor,
ahora eran fríos mensajes de texto. Ya pocos lograban ver cómo era mi letra,
todo pasó a ser electrónico. Mi agenda y mi discman se convirtieron en una
computadora y un mp3. Mi cuerpo se hizo más gordo y mi mente cada vez más
amplia.
Los 90 llenos de vivencias se fueron y
empezó una década de aprendizajes vorágines, de miedo a no sobrevivir al Y2K, de
frialdad. Hoy en día no me termino de adaptar a tanta tecnología sustituyendo
lo real, lo palpable, lo que hemos olvidado.
Te extraño, década de los 90. Me ha
tocado dejarte atrás muy de prisa.
Inolvidables años 90, sin duda una época que muchos recordaremos por largo tiempo. Momentos llenos de alegría, inocencia, que de sólo recordarlos nos alegra y entristece a la vez al saber que ya han pasado. Bonita entrada, Yasdelia. Tienes un arte para esto, nunca dejes de escribir. Un beso, y un abrazo enorme :)
ResponderEliminarMuchas gracias, Pedro. Así es, como diría mi madre: "son recuerdos tristes de un pasado alegre". Nunca dejaré de escribir. Muchas gracias por tu comentario. Un abrazo muy grande. :)
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