Ayer
entré a la universidad siendo bachiller y salí siendo toda una licenciada. Sin dudas
fue un día que ha marcado toda mi vida. De ahora en adelante soy una
profesional y comienzo una nueva etapa.
Debo contar que ese “entrar a la
universidad” estuvo a punto de no realizarse. Incluso, hubo tantos impedimentos
que haber logrado concluir el acto fue un verdadero milagro, si es que éstos
existen.
Todo comenzó con una protesta que
generó una cola nada normal para poder acceder al recinto universitario. Entre
discusiones con las “autoridades” y con algunos participantes de la
manifestación, el ánimo se me puso por los cielos. Ya saben, esa suerte de
adrenalina que se sube en la sangre.
Todo continuó de manera normal. Saludar
a mis compañeros, tomarnos 24874841521 fotos para farandulear en el Facebook y
esperar y esperar que todo estuviese listo para entrar a firmar el acta de
grado.
En medio de la espera se corrió el
rumor de que la madre de uno de nuestros compañeros había muerto y le avisaron
justo en ese momento. Fue bastante triste, pues si bien no es fácil perder a tu
mamá, ni imaginar si es en una ocasión tan importante como esa.
Por supuesto, los problemas con la
electricidad no podían faltar. Todo el acto lo realizamos sin energía eléctrica
y locos por terminar de firmar y salir de allí a celebrar.
Siempre nos alentaban. Nos decían que
no podíamos perder la emoción ni dejar de disfrutar de nuestro día. Aún así,
seguían sucediendo cosas que parecían indicar que estábamos en el momento y
lugar equivocados.
Una compañera tuvo un accidente, se cayó
por las escaleras y luego tuvo que abandonar el acto para ir a recuperarse. ¡No
era el día! Pero continuamos, contra viento y marea, y conservando la
excitación.
Reímos mucho cuando a cada uno los iban
aupando con apodos y frases que los caracterizaron durante toda la carrera y al
menos yo no podía creer que por fin estaba viviendo ese momento, que al fin iba
a poder disfrutar de este éxito que soñé durante tantos años.
Pero no, no todo se queda ahí. El
último colega en pasar a firmar el acta, decidió dar un salto de emoción justo
en la orilla del pódium, lo cual lo hizo rodar y ganarse una lesión en la
pierna y la risa de todos los presentes. Cerró con broche de oro.
Pasaron tantas cosas y aún así logramos
firmar los benditos papeles que no me queda más que decir: fue un momento
mágico. Y hubiese sido muy aburrido si nada, absolutamente nada hubiese
sucedido.
Con esto no quiero decir que fue bueno
lo de las tragedias, pero por lo menos las enfrentamos con humor, fortaleza y
compañerismo.
Ya sólo me falta un acto: la entrega
del título. Vestir mañana de toga y birrete va a ser un sueño que alguna vez vi
muy lejos y que hoy puedo saborear con todo el gusto del Universo.
Soy oficialmente una licenciada de la
República, pero aún así siento más bonito cuando simplemente me dicen que soy
una periodista.