Hoy
me armé de valor y decidí abrir esa gaveta de mi closet repleta de diarios,
cuadernos y demás hojas de apuntes en las cuales está toda la historia de mi
vida… o al menos la que quise retratar.
Como la mayoría de las adolescentes de
mi generación, escribía cada día lo que me sucedía. Miradas, besos,
pensamientos, problemas, lágrimas y muchas más cosas están reflejadas en unas
hojas que ya empiezan a tornarse amarillas por el paso del tiempo.
Leí unas cuantas frases de mi pasado y
no sabía si reírme o abofetearme por haber sido tan inmadura, pero era lo que
había en ese tiempo y yo sí crecí disfrutando cada una de las etapas de mi
juventud.
Cuando somos jóvenes queremos escribir
para luego más adelante echar un vistazo atrás y tener una historia que contar.
Es como si quisieras que alguien una vez leyese tus diarios y decidiera crear
una película acerca de tu vida.
Una vez que creces y miras atrás,
buscando dónde está la historia maravillosa digna de un Oscar, descubres que no
quisieras ni tú misma leer eso que alguna vez escribiste. Todo entonces te
parece tonto y sólo piensas en buscar un nuevo rincón, más recóndito que el
anterior para evitar que puedan ser leídos.
Hoy me vestí de ganas de analizar quién
fui y quién soy, por eso estoy rodeada de hojas llenas de polvo y de diarios que
una vez tuvieron como fin ser entregados a mis hijos para que conocieran a su
madre en su etapa de adolescente.
Diarios que ahora serán sólo pequeñas
hojas escondidas, para evitar que
alguien descubra que fui una niña y que los golpes hicieron de mí una mujer
mejor. Una mujer que incluso ya no sabe si quiere tener hijos.
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