Empecé a sentir cómo con besos en la espalda me
despertaba. R estaba recorriendo desde mis muslos hasta mi cuello con sus
labios y abrí los ojos, erizada.
Me
di media vuelta y él me sonrió, malicioso, mientras sus manos me recorrían y la
pijama comenzaba a caer al piso.
Nuestras
lenguas jugaban y la temperatura subía. Intenté levantarme y tocar toda su piel
pero con su dedo me selló la boca y me susurró al oído que disfrutara.
Lo
sentía ir y venir en mi cuerpo, mi corazón latía de prisa y mis manos sostenían
sus cabellos. Era una entrega total, deseada, inesperada.
En
su mirada veía todo el deseo acumulado y su cuerpo sudado me estaba acercando a
eso que llaman el paraíso.
Cerré
los ojos y me dediqué a disfrutar de todo lo que me estaba haciendo sentir.
De
pronto, oí un grito afuera que me obligó a volver a la realidad. Eran las nueve
de la mañana y se me hacía tarde para salir al trabajo.
Lo
único real de aquel momento fueron mis latidos acelerados y las gotas de sudor
corriendo por mi piel.
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