miércoles, 31 de julio de 2013

lunes, 22 de julio de 2013


…y yo estaba ahí y adoraba escuchar. Oía cada día su voz y sus hazañas. Todas y cada una de las acciones del día eran para mí una aventura, un nuevo mundo. Y percibir cómo las emociones se transmitían a través de su voz era emocionante.
Entonces pasaba a la imaginación. Imaginaba su cara de ternura mientras hablábamos de la casa en el mar, el perro y el gato y mirar nuestros ojos al despertar. O creía que su cara estaba siendo dura cuando me contaba acerca de un representante “toca pelotas”.
Le podía ver en mi mente mientras regañaba a una Esther con frases inesperadas, o con cariño halagando el tejido de cabello de marroncito. La sonrisa desbocada con las locuras de Pablito o las tardes de compras con Adri.
…y así pasaba los días. Feliz. Viviendo su mundo y contándole del mío. Intentando poner en él las emociones que él ponía en mí.
Luego todo pasó.
…y así me veo extrañando esos cuentos, mientras el reproductor está en aleatorio y su audio llega a mi oído, contándome cómo una tonta casi lo hace chocar en una rotonda.
Regreso a esos días y revivo la emoción. Me arrepiento, y continúo.

La vida es sabia y yo, por recomendación de él mismo, halaré el hilito rojo que me une a mi destino.