sábado, 14 de julio de 2012

Inesperada partida


          Pocos de nosotros tenemos la oportunidad de decirle adiós a alguien que se nos va para siempre. La mayoría de las veces quedamos con cosas por expresar, con ganas de haber compartido otros momentos, con ese sentimiento de arrepentimiento enterrado en el corazón.        
         Y no tenemos más remedio entonces que hablar con la nada, esperando que esos pensamientos lleguen al alma de nuestro ahora perdido ser querido, deseando que de alguna manera se entere de nuestros sentimientos.
         Me ha pasado recientemente. Me había alejado. Había evitado contacto con alguien a quien quise mucho, con un chico con el que compartí día a día y que podría considerar uno de los mejores amigos que tuve.
         Y nunca se lo dije. Creo que más por su actitud que por falta de comunicación. Sólo una vez él mismo me hizo saber que me consideraba de sus mejores amigas y yo se lo confirmé muy contenta.
         Pero entonces sucedieron muchas cosas y yo me hice a un lado. Dejé de responder sus mensajes, evité verlo, y así un montón de cosas de las cuales me he arrepentido, pues hoy en día él no está y yo no hago más que sentir con mayor peso su ausencia.
No estuve en su partida. Sólo deseaba quedarme con su sonrisa, con su manera de caminar, con sus palabras. No con su cuerpo frío en una caja.
         Pero eso no es algo extraño. Siempre nos sucede que cuando no tenemos algo, es cuando más lo extrañamos. Sin embargo, él desde donde quiera que esté hoy en día, sabe lo que realmente siento.
         Lo cierto es que sentía que debía sacar lo que llevo dentro. A veces no son palabras, sólo imágenes. De un lado una vida llena de esperanzas y visión de futuro. Del otro una mente dañada, con un futuro negro. Dos corazones latiendo a millón. De un lado adrenalina, del otro miedo. Y en el medio… en el medio un cañón dispuesto a soltar fuego sin importar nada más.
         Entonces se va una vida inocente y se queda un corazón oscuro, que al final no sirve más que de mal ejemplo, de dolor, de angustia. Se quedan un millón de lágrimas, de soledad, de añoranza, de vacío. Y se esfuma el latir de una juventud.
         Perder a alguien querido no es fácil, eso ya debemos saberlo. Por eso, vamos a evitar dejar para mañana ese mensaje sin responder, ese te quiero sin decir, ese abrazo guardado. Si tienes a alguien a tu lado, valóralo ahora, no cuando se vaya. Y recemos por sobrevivir un día más en esta jungla de cemento.

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