jueves, 9 de diciembre de 2010

Álbum de fotos


¡Qué cosas vives cuando abres un álbum de fotos viejas!
El proceso es más o menos el siguiente.
Te ríes de cómo vestías tú o las personas en la foto.
“Mira la camisa, jajaja”.
“¿Y esos pantalones tan feos?”
“Jajaja, ¡cómo se irán a burlar de nosotros en el futuro”.
Tu cara o la de los que salgan en las fotos también es motivo de risas sin parar.
O salen con cara de sueño, o con los ojos muy grandes, o con la sonrisa volteada. Siempre encontrarán algún defecto.
Y no pueden faltar los peinados.
“Jajaja, ¿qué estaría pensando yo cuando me dejé esa pollinita?”.
“El traki-traki en los cabellos de mi papá, pues, jaja”.
Por supuesto, no falla la frase: “qué gord@/flac@ era”.
O “Menos mal que crecí”.
Pero siempre llegaremos a esa foto que nos traerá recuerdos.
Bien sea de alguien de tu pasado, alguien que falleció, algún lugar especial,  ese momento que jamás olvidarás y quedó grabado en un retrato.
Y comienzan los comentarios.
“Qué divertido”.
“Ojalá todo fuese como antes”.
“Cómo l@ extraño”.
“Jaja, ese momento fue genial”.
“Quisiera volver ahí”.
Pero no siempre los recuerdos son felices. A veces, traen consigo un montón de anhelos que quedaron sepultados en un cúmulo de días que se fueron. Ves en la cara de alguna persona ese algo que sientes que es parte de ti, de tu vida. Y te arrepientes, quieres devolver el tiempo, quieres estar en ese lugar o con esa persona y hacer que todo sea distinto, que todo valga.
Pero lamentablemente son eso: fotos.
Fotos que siempre nos harán sonreír, llorar, compartir, recordar, conocer, imaginar, soñar, volar con nuestra imaginación.
Gracias a Dios existen.
Sin ellas, los recuerdos no tendrían sentido.




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