domingo, 13 de mayo de 2012

Gritar sin voz



          Aunque intento conseguir las palabras correctas para describir lo que siento cuando escribo, creo que ninguna llega a definir completamente lo que pasa dentro de mí luego de cada expresión.
         Es como si las puertas de alguna parte de mis sentimientos se abriera y salieran volando miles de vivencias, apuradas, queriendo ser retratadas, empujando a mis dedos a que digan todo lo que ellas quieren que sea leído.
         Las palabras llegan solas. Como si tuvieran vida propia y ellas dijeran: yo voy primero, luego sigo yo y para terminar salgo yo y le daré el remate que merece este escrito.
         Claro, son caprichosas. Llegan en los momentos menos esperados y si no las plasmas al instante, salen corriendo, huyendo, y no regresan, como para castigarte por no haberlas atendido y colocado en el lugar en donde ellas deseaban estar.
         Pero hay momentos en los que ellas duelen. Salen sin que lo esperes y cuando te das cuenta, es como si te dieran un golpe fuerte en el rostro, como si intentaran hacerte ver una realidad.
         Las letras tienen vida propia, y yo soy feliz de hacerlas salir a través de mis dedos, complaciendo sus caprichos, escribiendo al ritmo que quieren, en el momento que desean ser escritas y en el orden que salen.
         Luego de que todas se han pegado a un papel, yo me siento libre. Es como si pudiese entender que vivo para ellas, que son mi medicina, mi calma, mi paz interior.
         Retratar entonces todas esas cosas que he logrado sentir, vivir, oler, ver, palpar, soñar, imaginar, es lo que más disfruto del mundo, porque a través de las letras puedo decir lo que mi voz a veces no se atreve. El oficio de escribir, le dicen. Yo lo llamo gritar sin voz.


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